lunes, 12 de marzo de 2012

VI. La noche (Mirando al cielo)


Epílogo de luces y de claros, 
marchita del color y la alegría, 
hunde al cielo en sutil melancolía 
la noche, manto gélido y aciago, 
vértigo de resplandecientes faros. 
El empíreo mar baña distante 
negras ausencias y un recuerdo vago 
del negro caminar, triste y errante, 
bajo un orondo sol de tez flamante, 
cargado de añoranzas del pasado 
que arrastran, sin querer, trozos de historia 
de algún sucio rincón de la memoria. 

El universo es un lienzo estrellado 
con cientos de luciérnagas fugaces 
corriendo sobre la oscura cortina 
en un tenaz y astronómico vuelo; 
una salpicadura ahora es el cielo 
de polvo de brillante purpurina. 
Y sobre el azabache suspendida 
flota ingrávida una cometa argenta 
que de manos de un niño huyó perdida: 
rompió el sedal un día de tormenta; 
volando en libertad sueña la vida. 

Se despiertan noctámbulos poderes, 
trasnochan enlutados los sentidos. 
Aquí, sobre la tierra, caen rendidos 
bajo tan maravillosos placeres. 

¿Por cuánto más será la noche oscura? 
¿Qué guarda eternamente su hermosura? 
Si es un reloj solar quien va marcando 
las horas con que cuenta nuestro mundo, 
¿qué hace salir tan preciso y rotundo 
a nuestro sol? ¿Y quién señala cuándo? 
¿Qué rumbo sigue el celestial imperio 
que nunca alcanza a imaginar mi mente? 
¿Qué habrá tras este día o el siguiente? 
¿Por cuánto durará todo el misterio? 

Efímero me siento en ocasiones, 
trovador de una noche embriagadora, 
un breve soñador hacia la aurora; 
me empapo de la luna y sus pasiones, 
mirando al cielo sacio mi apetito 
voraz en el camino al infinito.

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