martes, 13 de marzo de 2012

Malasombra

Ese negro fantasma que persigue 
y de mi paso nunca desprendido, 
buscando en mi tropiezo su alimento, 
con sorna ríe desde su escondrijo 
y espera que el sol salga nuevamente 
para empujar mi día a la penumbra.

lunes, 12 de marzo de 2012

Crepitación del agua


Es la tarde y la sombra de febrero.
Las lluvias precipitan
sus rítmicas tertulias de desmayos
contra el fino cristal de la terraza.
No queda nada más que abandonarnos
a esa líquida lengua
que alfombra una ciudad oscura y triste
y asumir el cansancio
rindiéndonos a este pregón de nubes
que empapa la rutina de las calles.

Las luces de los faros se despiertan
pintando hilos de plata en el asfalto
y dibujando espejos en los charcos
de una memoria rota.
Es la tarde y hay ecos
fingiendo nuestro tiempo detenido,
quizá donde la música
sobre el viejo paraguas de mi padre
incendiaba la vida
con ese húmedo crepitar las horas
haciendo propias todas las tormentas.

Aún no ha acabado el día de repatriar fantasmas
y ya revela su postal perfecta,
impresa en blanco y negro,
en las marcas del agua.

Autorretrato perfecto

Esta huesuda imagen 
de mis penas sostén y de mis gracias 
famélica figura aquí presente, 
éste que patentiza 
la alteración tallada en el desorden 
del templo de la carne, 
esta reproducción del desacierto, 
este patrón de irregularidades 
y escultura de asimetrías llena, 
cuerpo en la matemática del cálculo inexacto, 
éste que ven delante y se describe 
sólo puedo ser yo ―bien para ustedes―, 
caricatura en cuero 
que asume su imperfecta geometría; 
si alguna vez encuentran parecidos 
es pura coincidencia.

VI. La noche (Mirando al cielo)


Epílogo de luces y de claros, 
marchita del color y la alegría, 
hunde al cielo en sutil melancolía 
la noche, manto gélido y aciago, 
vértigo de resplandecientes faros. 
El empíreo mar baña distante 
negras ausencias y un recuerdo vago 
del negro caminar, triste y errante, 
bajo un orondo sol de tez flamante, 
cargado de añoranzas del pasado 
que arrastran, sin querer, trozos de historia 
de algún sucio rincón de la memoria. 

El universo es un lienzo estrellado 
con cientos de luciérnagas fugaces 
corriendo sobre la oscura cortina 
en un tenaz y astronómico vuelo; 
una salpicadura ahora es el cielo 
de polvo de brillante purpurina. 
Y sobre el azabache suspendida 
flota ingrávida una cometa argenta 
que de manos de un niño huyó perdida: 
rompió el sedal un día de tormenta; 
volando en libertad sueña la vida. 

Se despiertan noctámbulos poderes, 
trasnochan enlutados los sentidos. 
Aquí, sobre la tierra, caen rendidos 
bajo tan maravillosos placeres. 

¿Por cuánto más será la noche oscura? 
¿Qué guarda eternamente su hermosura? 
Si es un reloj solar quien va marcando 
las horas con que cuenta nuestro mundo, 
¿qué hace salir tan preciso y rotundo 
a nuestro sol? ¿Y quién señala cuándo? 
¿Qué rumbo sigue el celestial imperio 
que nunca alcanza a imaginar mi mente? 
¿Qué habrá tras este día o el siguiente? 
¿Por cuánto durará todo el misterio? 

Efímero me siento en ocasiones, 
trovador de una noche embriagadora, 
un breve soñador hacia la aurora; 
me empapo de la luna y sus pasiones, 
mirando al cielo sacio mi apetito 
voraz en el camino al infinito.

La sola soledad

Si te amo tanto es
porque contigo amo
la sola soledad de estar contigo.
Y no me valen ya
ni los medios quereres compartidos
ni tardes de domingo
quebrando los lamentos,
rompiendo con tu voz todo el silencio
de ese jardín desnudo en que te guardo.
No me sirven de nada tus ausencias,
ni el eco de tus pasos retenido
junto a la galería.
No quiero ya saber del misticismo
por recordar de nuevo
los motivos que tengo para verte.
La sola soledad es lo que amo;
el resto, ese silencio,
nunca tuvo importancia,
porque el silencio ha sido
el resto de la vida
que mis palabras no nombraron nunca.
Por eso te amo tanto,
como cuando confieso que no logro
despertar de tus ojos cristalinos,
pedacitos de cielo,
para soñar después toda la noche
la brevedad de un beso.
Y entonces te conviertes sin quererlo
en la novia del tiempo que he perdido
buscando más tiempo que dedicarte.
Recorro las estancias, los espacios,
para seguir sitiado,
mentido nuevamente por el miedo
a morir en tu espejo,
a caer en la soledad amarga
que anida en el vacío que me dejas.
Hazme un favor, no digas ya más nada
de fiebre y de corales.
No desgranes los versos que te escribo.
Quédate quieta y muda
para que yo te escuche
desde dentro de mí, como cadencia,
imparable latido en mi cabeza.
Pródigo son de luna
de tu silencio nace,
mientras callada esperas
que todo forme parte de nosotros.
Mañana atraparemos
hilos de luz entre las arboledas,
pinturas luminosas que dejaran
destellos en tu pelo.
Tierna y resbaladiza
irrumpirás mi sola y añorada
soledad que se enreda en nuestros cuerpos
y nos une al salvaje paraíso,
soledad que se acuesta a nuestro lado
contando mariposas.
Devuélveme la plenitud del día.
Junto a mi nombre apunta
“solo ha de estar conmigo”,
así podré dormir en tu regazo
para mojarme de ti por entero.
Roza mis labios con tu piel de seda
sin pronunciar palabra,
sin romper el hechizo.
Que empape este silencio
la sola soledad de estar contigo.